El mejor antídoto contra la crisis
www.google.com.br/images. Vientos de Brasil.
El lector Israel, en un comentario a este blog, escribe que lo que hoy ven nuestros ojos, son “la destrucción, las matanzas, los abusos de todo tipo”, y que lo que nos puede rescatar de la crisis y que es más invisible, es la compasión.
Más aún que el conocimiento, dice Israel, la compasión, la preocupación por los otros, el ponernos en el lugar del que sufre, que es en el fondo lo que hizo un día grande a la Humanidad volverá a sacarnos del pozo negro en que nos hemos hundido.
Podría hacer sonreír a algunos proponer como antídoto contra la crisis que nos azota, no la violencia contra los verdugos de la misma sino la compasión a favor de sus víctimas. Y sin embargo es algo muy serio. Tiene razón el lector.
Teólogo de la ecología, el brasileño, Leonardo Boff, condenado por el Vaticano al silencio, en su libro sobre la compasión, recuerda, por ejemplo, que “sabemos por la antropogénesis que nos hicimos humanos cuando superamos la fase de la búsqueda individual de los medios de subsistencia y empezamos a buscarlos colectivamente y a distribuirlos entre todos”.
Boff, concordando a distancia con el lector, escribe que “lo que nos humanizó ayer, nos humanizará de nuevo hoy”. Y ese talismán es la compasión. Y el gran peligro de nuestros días es, justamente, la acelerada deshumanización en curso.
Antes del teólogo disidente brasileño, el Nobel de Literatura Anatole France, seguidor del racionalismo humanista, algunos de cuyos escritos fueron colocados en el Índice de Libros prohibidos de la Iglesia, escribió que “la compasión nos hace verdaderamente humanos y nos impide convertirnos en piedra”.
Sin compasión, el corazón se seca, nos convertimos en un bloque de cemento, insensibles a la pena ajena. Quedamos ciegos ante la realidad que nos rodea. Nos envolvemos en la más cruel de las soledades.
La compasión es un estado mental de conciencia y comprensión no sólo del dolor, la angustia o el abandono ajeno, sino que nos empuja al mismo tiempo a aliviarlo.Es la conciencia de que también los otros tienen derecho a ser felices y que la desgracia no es una fatalidad.
La compasión me lleva a sentir en mi carne lo que sería de mi si estuviera en la situación del prójimo desgarrado por la desfortuna. Es más que “sentir pena”. A veces el sentir pena de la desgracia del otro puede llevar camuflado un sentimiento de superioridad de no estar en el lugar del que padece.
La compasión, por definición, es “la conciencia profunda del sufrimiento del otro aliado al deseo de aliviarlo”. Es querer y actuar para que el que sufre por haber perdido la casa que era lo único que tenía, o el trabajo y con él el sustento, o la salud, o incluso la dignidad, consiga aliviar su pena como nos gustaría que aliviasen la nuestra.
En el relato de los evangelios, hay un episodio en Mateo (14,14) que retrata con claridad la esencia de la compasión, considerado el más sublime de los sentimientos humanos. Cuenta que Jesús llegó en barca a la orilla del Lago de Tiberiades y se encontró con una gran multitud que le esperaba. Era una multitud de pobres y lisiados. Escribe Mateo que el profeta judío “compadeciéndose de aquella multitud, curó a sus enfermos”. No se quedó sólo con la pena, con el dolor del pesar ajeno, sino que actuó para librarlos de él: “curó a los enfermos”.
El monje budista, Dalai Lama recuerda que la compasión “es universal y no tiene credo religioso”. La compasión no es religiosa, es laica, es humana. No se alivia con ella al prójimo a cambio de algo. Es gratuita. De ahí su nobleza.
La compasión, además o quizás por eso, no juzga. Siente sólo el dolor ajeno, la crisis de los otros, como propia.
La compasión, además o quizás por eso, no juzga. Siente sólo el dolor ajeno, la crisis de los otros, como propia.
La compasión no pregunta al que sufre cual fue la causa de aquel dolor. Ayuda a aliviarlo y punto. La ética de la compasión lleva en su entraña la tolerancia.
También el filósofo iluminista Jacques Rousseau, insistió en que la compasión "contribuye a la preservación de la propia especie" y que se trata de un "sentimiento natural" innato al ser humano no menos que el de la violencia o el egosimo.
Mientras escribía este post leí un artículo en este diario de Manuel Vicent, escritor agudo y siempre profundamente humano, acerca de los nuevos “resistentes” de hoy, los que no se doblan ante los verdugos del momento, “para no romperse para siempre por dentro”. Es un eco de la frase de Anatole France: “Para no trasformarnos en piedra”.
Se me ocurre que la mayor forma hoy de resistencia frente a la tiranía moderna, por ejemplo de los mercados y de las víctimas que deja en su camino, es enarbolar el arma de la compasión. Nadie es en efecto hoy, mayor resistente que el que lucha contra la infelicidad impuesta. Los que empuñan el arma de la compasión son invencibles, porque no tienen un precio. Son incomprables. El que cura las llagas de una víctima es más fuerte que el asesino.
La única teología del perseguido obispo Casáldaliga es la de la Compasión. Tan peligrosa que está condenado a muerte por los que prefieren la venganza a la misricordia con los pobres y desheredados.
Y si era poco, hoy la medicina, asegura que la compasión cura, es un antídoto contra la enfermedad. Que mueren, por ejemplo, más de infarto, los egoístas y siempre enfadados con ellos y con el mundo que los serenos y compasivos.
Es, pues, la ausencia de compasión, el mirarnos sólo al ombligo, lo que “nos convierte en piedra” como dice el Nobel francés, o “nos rompe por dentro para siempre”, en expresión gráfica y dura del escritor español.
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