Brasil quiere ser como nosotros ya fuimos Por: Juan Arias | 18 de octubre de 2012
Lo que a los españoles y europeos en general nos hizo un día prósperos y avanzados en civilización, es lo que los brasileños, y en buena parte muchos otros latinoamericanos, están queriendo ser. Y lo hacen justo en el momento en que nosotros parece que estamos dejando de serlo.
Me explico. Como me ha hecho ver el economista Andrés Cardó, a Europa y a Estados Unidos les llevó a la modernidad y a la democracia la idea de progreso. El deseo de superación.
Así, los padres que no habían podido alcanzar un cierto grado de conocimiento y de riqueza comenzaron a sacrificarse para que sus hijos un día “pudieran vivir mejor que ellos”, es decir, con más estudios, con una vida con menos penuria, con mayor calidad de vida.
Y lo hicieron. Así, los que les siguieron pudieron salir del túnel de la pobreza y del atraso, para ingresar en el mundo de la prosperidad individual y colectiva.
Y llegó la novedad de la Unión Europea, que hizo imposibles las guerras en una Europa cuya historia ha estado cruzada de sangre. Y nos sentimos más fuertes y nos hizo más ricos a todos.
Recuerdo aún a mi Andalucía pobre, de alpargatas, sin futuro, en la que los hijos seguían las hormas de pobreza y de falta de conocimientos de sus padres. No había superación posible. Los hijos eran siameses de la misma fatalidad.Y las carreteras polvorientas y peligrosas. Y los coches parecían tartanas de otro siglo.Y yo viajaba en tercera clase de los trenes que eran también de mercancías.
Un día, el progreso llegó a nuestras puertas y todo cambió. Los hijos de padres analfabetos fueron a la Universidad y empezaron a viajar y conocer el mundo, y humedecieron de felicidad los ojos cansados de sus padres trabajadores de la tierra.
Recuerdo ver a uno de esos labradores temblarle en sus manos arrugadas como raíces de vid, el diploma de su hijo abogado.
Hoy, los nietos de aquellos que empezaron a disfrutar del progreso y la modernidad son los ni,ni. No saben ya que hacer con sus títulos universitarios por los que un día suspiraron y que hoy, paradójicamente, los están devolviendo a la pobreza original de sus abuelos.
España parece en efecto un tren marcha atrás. Un amigo mío me decía ayer: “Me parece haber retrocedido a los tiempos de la transición, como si estuviésemos intentando salir de nuevo de los escombros del franquismo”.
He hecho este largo preámbulo para decir que, al revés, hoy en Brasil, como en buena parte de América Latina se está viviendo un momento parecido al que nos ilusionó un día a nosotros con la llegada del progreso y de la voluntad de superarnos y de triunfar.Y empiezan a soñar con una América Latina unida.
También aquí, al otro lado del charco, se vivió durante mucho tiempo aquel desengaño, aquel no tener futuro delante, aquella angustia de que los hijos no conseguían superar a los padres.Se vivieron las heridas dejadas por la esclavitud y el colonialismo bastardo.
Hoy, al revés de lo que nos pasa a nosotros, ellos están cambiando. Han empezado a saborear los primeros frutos del progreso. Están dejando el hambre atrás. Hasta ha crecido el número de negros, en Brasil, que ingresan en la Universidad.Y los blancos son ya minoría. Todos están mezclados. Los DNA han bailado juntos.
Hasta el punto que el carismático Lula que llevó a la clase media a 30 millones de brasileños, hoy puede ser víctima de su propio éxito.
Ello, porque esos millones de expobres, ya no se conforman con comer tres veces al día. Ni con que sus hijos no estudien. Ni con una sanidad en la que morían uno de cada dos niños nacidos. Quieren más. Quieren superarse. Quieren ser como lo éramos los europeos antes de la crisis.
La madre empleada doméstica, quiere que su hija ya no limpie casas como ella y se sacrifica para que haga un curso de contabilidad. Quieren los padres que sus hijos les superen. Han dado un puntapié al fatalismo de una vez.
Y no les bastan ya los valores puramente materiales. Esa nueva clase C, llegada de la miseria, exige también ética a la vida pública, como lo está demostrando el interés de la calle por el proceso del mensalão, el escándalo de corrupción política que ha puesto por primera vez a políticos importantes en el banquillo de los reos. Y los está condenando con penas de cárcel.
Esos brasileños que se estrenan en la clase media exigen al mismo Lula, que fue su Mesías, algo más que el maná del desierto. Quieren participar del proceso democrático y ya no reciben órdenes gratuitamente. Quieren pasar de ser individuos a ser ciudadanos con todos sus derechos. No les basta la limosna. Quieren subirse al tren del progreso global.
Y esa es la diferencia entre el proceso en curso en Brasil y en general en buena parte de este continente, y lo que empieza a pasar en España y en varios países de Europa.
Como decía un comentarista de este blog, “nosotros estamos aterrizando mientras ellos están despegando”. Es posible que comparativamente, los españoles, y la mayoría de los europeos, con crisis y todo, estemos aún mejor que los brasileños: con menos desigualdades sociales, con una democracia más consolidada, con mejor calidad de vida.
Lo que es diferente es la sensación que están viviendo los ciudadanos de ambos países. Mientras los españoles están entrando en una situación de cansancio y de falta de perspectiva, aquí en Brasil se respiran aires de vísperas de viaje, de hallarse en una situación donde todo mejora, donde hay esperanza. Donde el 70% de la gente afirma que el año próximo será aún mejor que este.
Y es esa sensación de estar prosperando, de poder soñar algo mejor para sus hijos, lo que crea ese espíritu de optimismo.
Aquel “Sí, nosotros podemos”, lanzado por Obama, que quizás a él se le quedó en el tintero, aquí se siente aún como algo real y nuevo, ya que por siglos pensaron que ellos "no podían". A veces que "ni debían", porque seguían sintiéndose hijos de esclavos y de los antiguos dueños que los habían "descubierto".
Eso explica el que, aún estando globalmente peor que nosotros, los brasileños se sientan más felices y esperanzosos que nosotros.
?Qué exagero? Vengan aquí y lo verán.
O vayan a Chile o a Colombia o a Perú o a Uruguay. No sé en Argentina. Quizás ellos ya fueron más europeos y más prósperos un día, antes de ser contagiados por el virus del populismo, que sigue siendo, en buena parte aún de este continente, el freno al verdadero despertar a una democracia madura y moderna como lo fue la europea, por lo menos hasta hoy.
* Juan Arias.
Sobre el autor
Juan Arias es periodista y escritor traducido en diez idiomas. Fue corresponsal de EL PAIS 18 años en Italia y en el Vaticano, director de BABELIA y Ombudsman del diario. Recibió en Italia el premio a la Cultura del Gobierno. En España fue condecorado con la Cruz al Mérito Civil por el rey Juan Carlos por el conjunto de su obra. Desde hace 12 años informa desde Brasil para este diario donde colabora tambien en la sección de Opinión.
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