Efecto Francisco' en Brasil
El “efecto Francisco” lo habían anunciado los publicitarios brasileños: la fuerte inclinación del papa Francisco hacia los pobres, su vida sencilla, y sus denuncias contra las injusticias sociales, acabarán, según ellos, teniendo un efecto de contagio entre sacerdotes, obispos y cardenales. En Brasil eso acaba de suceder en la catedral de Petrópolis, la preciosa ciudad serrana de Rio de Janeiro, meta de turismo internacional.
El obispo Gregório Paixão celebró días atrás una misa por las 33 víctimas mortales producidas por las lluvias torrenciales que ya años atrás se habían cobrado centenares de ellas, todas de familias pobres que, al carecer de habitación, se fueron año tras año apiñando en las laderas de la ciudad, tierra movediza que acabó engullendo a las barracas y causando muerte y destrucción. Allí el obispo pronunció un discurso duro contra las responsabilidades de los gobernantes, presentes en abundancia en el acto religioso.
Para entenderlo hay que recordar que, tras la tragedia anterior a la de este año, en 2011, en la que murieron cientos de personas, las autoridades federales de Brasilia y las estaduales de Rio, habían destinado millones para ayudar a las víctimas, construirles casas dignas fuera de aquellos “morros” siempre peligrosos, y cuidar de los desabrigados. Al lugar se había trasladado ya en 2011 la presidenta Dilma Rousseff junto con el gobernador de Rio, Sérgio Cabral,cargados de promesas y buenas intenciones. Lloraron juntos los muertos y consolaron a los heridos y sin casa.
Se supo después que buena parte del presupuesto destinado a las víctimas de la tragedia de las lluvias acabó en los bolsillos de políticos y administradores, muchos de los cuales fueron alejados de sus puestos. Se llegaron a distribuir los fajos de billetos dentro de un retrete. Los desalojados de sus casas, que perdieron todo, siguieron sin habitación y muchos de los supervivientes se volvieron al lugar de la tragedia para reconstruir sus chabolas. Y han acabando muriendo esta vez.
Y a la catedral acudieron más de cien personas con pancartas de protesta que levantaron durante la comunión en las que se leía: “No queremos su oración, queremos su acción”, o “33 años de omisión enriqueciéndoos con nuestro dolor”. El obispo, en su homilía, calificada por la prensa de “dura y emocionante”, mostró en aquel acto litúrgico, el “efecto del papa Francisco”. No fue complaciente con las autoridades presentes. Les recordó que “las víctimas continúan gritando desde el silencio que llamamos muerte" y piden, dijo, "que a los que aún están vivos, no tengamos que verlos muertos en la próxima tragedia”. Pidió a los responsables del gobierno que “se pusieran manos a la obra” para que, el año próximo, “no tengamos que volver aquí a llorar a los nuevos muertos”.
Desde Brasilia obligaron a las autoridades locales a colocar sirenas que avisaran la llegada de las lluvias para que los habitantes de aquellas laderas y los que viven al lado de los ríos, pudieran huir para refugiarse lejos del lugar. Cuando este marzo el agua regresó, y con ella otros muertos y heridos, las autoridades acusaron a los habitantes de no haber querido dejar sus casas desobedeciendo a las sirenas.
Ante las experiencias pasadas, aquellas pobres gentes, por miedo a perder las pocas cosas que poseen en sus chabolas, prefirieron desafiar el peligro. “¿Donde quieren que vayamos en el corazón de la noche, con el agua hasta el cuello, teniendo que dejar lo poco que tenemos? Mejor morir aquí, porque además ya no creemos a las promesas de los políticos”, decía una madre de cuatro pequeños que al amanecer arrastraba dentro del agua un colchón, mientras la ayudaban voluntarios a salvar su vieja nevera.
En ese clima, el lunes pasado, tuvo lugar la Misa por los Difuntos en la catedral de Petrópolis. En primera fila estaban las máximas autoridades, desde la Presidenta Dilma, visiblemente emocionada, al gobernador Cabral, alcaldes y demás políticos. Y en ese momento, se pudo advertir el llamado “efecto Francisco”. En los diarios se destacaban aún los gestos del nuevo papa a favor de los más pobres y sus duras palabras de condena contra la desidia de los responsables por dicha pobreza.
Y a la catedral acudieron más de cien personas con pancartas de protesta que levantaron durante la comunión en las que se leía: “No queremos su oración, queremos su acción”, o “33 años de omisión enriqueciéndoos con nuestro dolor”. El obispo, en su homilía, calificada por la prensa de “dura y emocionante”, mostró en aquel acto litúrgico, el “efecto del papa Francisco”. No fue complaciente con las autoridades presentes. Les recordó que “las víctimas continúan gritando desde el silencio que llamamos muerte" y piden, dijo, "que a los que aún están vivos, no tengamos que verlos muertos en la próxima tragedia”. Pidió a los responsables del gobierno que “se pusieran manos a la obra” para que, el año próximo, “no tengamos que volver aquí a llorar a los nuevos muertos”.
Contra las críticas de los gobernantes a aquellas gentes que se niegan a dejar sus chabolas cuando arrecian las lluvias, el obispo defendió: “Ellas se van a vivir en esos lugares peligrosos porque no les dan otras opciones”. Dirigiéndose directamente a los políticos presentes, les recordó que “la pobreza empuja a esos pobres hacia estos lugares inadecuados. Muchos son subempleados. Soñaban con tener una casa con varios cuartos como las vuestras, con vista desde lo alto de los “morros”, y acabaron en chabolas, donde cinco hijos duermen en el mismo cuarto”. Concluyó: “La sangre de los inocentes grita en medio al lodo y en medio a las lluvias golpeando nuestros ojos y nuestros oídos El silencio de los muertos continúa gritando para los que aún están vivos no tengan que seguir muriendo”.
Es posible que el papa Francisco aplaudiera al obispo que habló fuerte, frente a las autoridades presentes, en defensa de aquellos pobres y olvidados. Quizá por ello se empieza a decir que el mundo político habría preferido un papa “menos peronista”. Los cristianos prefieren llamarle “evangélico” a secas. Y les están gustando sus gestos que lo acercan a la gente de la calle más que a los poderosos de los palacios.
En el cónclave les había dicho a los cardenales presentes en el nombramiento del nuevo papa que la Iglesia debe salir de sí misma y de su teología narcisista para ir al encuentro "de la periferia del mundo".
Aquellas palabras duras, divulgadas ahora por un cardenal cubano tras haber sido dispensado por el papa Francisco del secreto del cónclave, acabaron colocándolo con mucha probabilidad, en la sede de Pedro. Ahora la periferia pobre, exlotada y olvidada del mundo lo está esperando.